Me alejaré de nuevo de la más rabiosa actualidad, como ya hice en el artículo “La obvia carga de la prueba”, para recordar algunos de los aspectos esenciales del proceso que últimamente parecen olvidados.
Relataba, en dicho artículo, como en los últimos tiempos encontraba cada vez mayor falta de rigor en los elementos que conforman el proceso y, muy a mi pesar, debo volver a incidir en este aspecto, puesto que creo que hemos entrado en una fase de cierta displicencia con las formalidades del proceso creyendo con toda naturalidad, que este puede ser más flexible que lo que la ley adjetiva determina. Entendiendo, además, dicha flexibilidad como algo bueno, como un bien a añadir al rigor formal que viene marcado no sólo en la ley sino en nuestra histórica forma de entender el derecho positivo.
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